Y así fue como me sacudí el miedo y puse manos a la obra.

Cansada de que solo le dieran medicamentos para tapar síntomas, sin tratar la causa real de su conflicto biológico.

Cansada de preguntarle a cada terapeuta cómo tratar a mí hijo y cuál era la mejor manera de relacionarme con él. Sentía que mi instinto ya no era confiable…

¿Cómo había sido tan fácil con mis hijos mayores?
Me sentía segura de ser mamá con ellos, sin embargo, con Lucas todo eran dudas…

Hasta que encontré una manera de ser protagonista y tomé el control de la salud de mi hijo. Nada mejor podría haber hecho. Los avances no tardaron en llegar. Al cabo de 4 meses de protocolo intenso, el ATEC bajó de 71 a 33. En ese momento pensé que en 2 o 3 meses mí hijo sería neurotípico, pero no fue así. Para hacer una comparación, diría que es como intentar bajar de peso: los primeros kilos son los más fáciles, después se complica.

La tarea es ardua, el camino sinuoso y las crisis curativas existen… No obstante, la recompensa es directamente proporcional al esfuerzo.

El objetivo? Bajar el ATEC y acercarnos lo más posible a lo que se espera de un niño neurotípico.